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Article Trallero: La Cataluña hueca

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<< Tornar   dissabte, 8 de Novembre de 2003 Torà    Autor: Editor Article del Manuel Trallero, publicat a la Vanguardia en la secció Breviario electoral, on realitza una "analisi" del poble de Torà com a exemple de la Catalunya rural. Traspua un cert cor-agre ( no se sap pas que li hàgim fet res) i una visió un xic surreal, però en algun aspecte hi toca

VIAJE DE CAMPAí‘A
La Catalunya hueca

La vertebración del territorio es una ilusión del espí­ritu; la única realidad es el criterio radial

MANUEL TRALLERO - 08/11/2003

Hay como un vací­o existencial, como de haber caí­do en una tierra de nadie, en una especie de limbo, de no ser de aquí­ ni de allá, sino de ninguna parte. De la misma forma que en ocasiones hay letreros que a la salida de las poblaciones indican €œtodas direcciones€, y para llegar a tal ensoñación hay que sortear un número dispar y aleatorio de rotondas, como los jinetes superan a bordo de sus cabalgaduras los obstáculos en la carrera clásica del Grand National inglés, aquí­ bien podrí­an colocarse un rótulo que dijera €œa ninguna parte€. Porque éste es el paí­s que por estar en medio de la mitad, no es de ningún sitio.

La transversalidad de Catalunya es una pura ficción, una asignatura pendiente. El supuesto eje Girona-Manresa-Lleida es tan sólo la entelequia de una carretera de segundo orden, recorrida a diario por una hilera interminable de camiones que tratan de alcanzar Madrid a toda costa, sin pagar peaje, desde la frontera francesa, sin dejar la piel en el empeño habida cuenta de la elevada siniestralidad, sólo imputable, claro está, a la vocación suicida de los conductores. La vertebración del territorio, de Catalunya como paí­s, es como el sueño de una noche de verano, una simple ilusión del espí­ritu. La única realidad viva, palpable y fehaciente es la pervivencia del criterio radial, el principio y fin de trayecto en Barcelona. Una serie de pasillos que van y vuelven desde la Ciudad Condal a la Ciudad Condal, igual que un eco en los Alpes tiroleses provocado por sus famosos cánticos.

Torà está justo al lado del famoso Eix y el resultado es desesperanzador. El único medio de transporte público, el autobús, les une directamente cada dí­a con Barcelona y con ... Andorra. Con Lleida no, y con Manresa tan sólo dos veces por semana. La Catalunya central es, pues, una especie de desierto del Gobi, un pieza de puzzle que no encaja en ninguno de los rompecabezas habidos y por haber, un espacio que parece más bien sobrarle a todo el mundo. Catalunya es aquí­, más que cualquier otra parte, la obra de una Penélope que deshace por las noches lo que hace durante el dí­a. El sentimiento de desarraigo, de apátridas, de no pertenecer a ningún lado, y de que todos por un motivo u otro se los quitan de encima como una molestia, como muebles viejos en piso reformado o parientes lejanos de visita imprevista, está muy extendido entre la población. Las famosas veguerí­as que están previstas, pero no acaban nunca de llegar, pueden ser una solución y acabarlo de liar todo con una nueva y enésima administración.

No es una casualidad, no debe serlo, que el único monumento con que cuenta la localidad sea el levantado con motivo de la visita que realizó su majestad Alfonso XIII, en un lejano, casi remoto 1907. Todos los interlocutores repiten, como si se hubieran puesto previamente de acuerdo, la misma frase, igual que una consigna, como un lema: €œEstamos dejados de la mano de Dios€. Es un sentimiento arraigado, interiorizado; están convencidos de que nadie, absolutamente nadie, les hace ni el más puñetero caso. Sin embargo todos los partidos de estricta obediencia catalana, por seguir con la terminologí­a al uso, se encuentran representados en sus calles. De los llamados partidos estatales, es decir del PP y el PSC, no se ve ni rastro. El desamor es aquí­ un sentimiento vivo, criado con cariño, como planta en invernadero: no hace falta cuidarla mucho; simplemente con el clima extremo del que gozan y la famosa €œboira segarrenca€ se consigue que crezca. Nadie parece, pues, estar dispuesto a seguir el sabio consejo de Cicerón a su hermano candidato, a llamarles por su nombre y hacérselos suyos.

Las cosas, sin embargo, no deben de irles del todo mal. Esta Segarra a punto de transformase en Anoia, esta pestaña interior de Catalunya, conserva el color parduzco del terruño y el carácter ahorrador hasta la extenuación de sus habitantes.

Hay cuatro entidades bancarias para apenas mil y pico habitantes, y la localidad tiene el aire de un interminable polí­gono industrial, aunque Torà ya ha conocido de cerca los efectos de la mundialización y la globalización, y una empresa de fabricación de lámparas va a trasladar la pro-ducción, desde aquí­ hasta la mismí­sima China. Y a esto alguien le llamará el progreso de Catalunya.





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